
Confesaré un secreto: desde hace unos días, hago pan en casa. Es algo extremadamente fácil hasta para mí, que no me distingo precisamente por mis habilidades culinarias. Basta con mezclar cantidades exactas de harina, levadura, agua templada, aceite de oliva y sal, sabiendo que cuanto mayor sea la calidad de los ingredientes, mejor será el sabor del pan. Unos minutos en el horno y... voilà!. Es una actividad extremadamente agradecida: a poco que le pongas ganas, el resultado es simplemente espectacular. Además, y ésta es la razón principal de mi nuevo pasatiempo, mientras uno se pringa las manos con harina, amasando sin piedad esas especie de plastilina en la que se convierte el conjunto, la mente puede evadirse libremente a cualquier situación y, al tiempo que uno estruja y estruja lo que se trae entre manos, pareciera como si fuera liberando sus particulares frustraciones. Existe una alternativa más popular: la pelota anti-estrés, pero os garantizo que por mal que lo hagáis, vuestro pan siempre sabrá mucho mejor!.