domingo, 29 de mayo de 2011

Diecinueve años

Permitidme que haga una excepción en este blog pero creo que la ocasión lo merece.

Mi abuelo murió pasados los noventa años. En toda su apasionada vida contempló únicamente una vez, sólo una, como el Barça levantaba una Copa de Europa. Fue el veinte de mayo de 1992, en el viejo estadio de Wembley. Unos pocos días antes me había presentado en su casa para anunciarle que sería uno de los miles de aficionados que viajaríamos hasta Londres para apoyar al equipo. Él me miró y esbozó una tímida sonrisa. Supongo que pensaría que yo era pura carne de cañón y quizá tuviera razón. Era más que probable que viviera lo que los entendidos en psicología describirían como una de esas experiencias vitales que curten el carácter: la derrota más absoluta. Por aquel entonces la gent blaugrana éramos así: pesimistas ante los grandes retos, incansables en el regodeo de nuestros desastres. Nos entregábamos al noble arte de recordar, una y otra vez, aquella desafortunada tarde en el Wandkdorstadion de Berna o la traumática noche del Sánchez Pijuán en Sevilla.



El Barça era uno de los grandes equipos del continente, es cierto, pero hasta esa fecha nuestro palmarés estaba repleto de títulos menores. Vamos, del tipo de trofeos con los que uno jamás adornaría su comedor.

Tendría que llegar Johan Cruyff para cambiar el timón del club y conducirnos hasta las cálidas aguas que disfrutamos actualmente. No tanto en jugadores, tácticas, estrategias o resultados, como en una manera de entender lo que el socio quiere (jugar al ataque, nada de fútbol especulativo) y cómo afrontar los grandes momentos (con respeto y valentía). En la misma línea disfrutamos de las temporadas de Frank Rijkaard y de un chaval de la cantera, al que ya veíamos de recogepelotas en la época de Terry Venables, os estoy hablando, claro, de Pep.

Aún con todo, mi abuelo me tomó con su grandes y fuertes manos, propias de cualquier pescador de los de antes, me deseó suerte y me dió "algún centimet" -algo de dinero-, con el que financiar mi peripecia, con una sola condición: que no regresara sin la fotografía de nuestro Barça campeón.

Fue el partido más largo de mi vida. Ciento once minutos de sufrimiento, emoción y padecimiento. De idas y venidas, de postes, de ocasiones perdidas, de cánticos, gargantas afónicas y agotamiento. Hasta que otro holandés, de nombre Ronald Koeman, nos enloqueció para siempre. Recuerdo que fue tan descomunal el derroche de energía que la mayoría de nosotros, en lugar de cantar sin cesar, simplemente permancecimos allí, en silencio, observando todo lo que sucedía. Años después el genial periodista Antoni Bassas lo describiría perfectamente en su libro "A un pam de la gloria" al escribir que "la gente enmudeció, como si quisieran grabarlo todo en sus mentes". Volví a casa y nos fundimos en un gran abrazo. Días después recibió, en un vulgar sobre, aquello por lo que tanto había esperado. Una borrosa imagen de un montón de gente sobre el terreno de juego. Si uno observaba atentamente la imagen podía localizar a un jovencisimo Pep Guardiola con los brazos extendidos, nada más.

Cambiad la situación, la persona, el equipo o el lugar. No importa. Hacedlo.

Hablemos del minimalismo implacable de la Real Sociedad de Alberto Ormaetxea, del tacticismo ilustre del At. Bilbao de Javi Clemente, del despliegue futbolístico del Madrid de la quinta del Buitre, del inmenso Espanyol de Lauridsen, del épico Alavés de Mané, de la genialidad del Ath. de Madrid de los Kiko boys, del Submarino Amarillo que cayó a un paso de la gloria, de la solidez avasalladora del Valencia de Benítez o de ese maravilloso SuperDepor que todos conservamos en nuestros corazones.

Nada cambia. Alguien, en algún lugar, habrá recordado a ese familiar o amigo que no llegó a vivir este momento. En Atocha, San Mamés, en el Bernabeu, en el Vicente Calderón o en Mestalla. Llorará por él; que alguien me explique si será por añoranza, tristeza o alegría. Puede que por todo a la vez, ¿verdad?.

Es lo maravilloso del deporte. No es ganar. No se trata de comparar victorias o derrotas. Lo importante del fútbol americano, del soccer, del rugby o de cualquier otro deporte está en las personas que aman unos colores y de las vivencias que uno puede vivir, disfrutar y recordar.



Va per a tú, avi.

3 comentarios:

  1. Plas, plas, plas. Soy del Madrid a muerte, pero coño, este articulo esta de puta madre, gracias por compartirlo. Visca el Barsa.-

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  2. descomunal, brillante, emocionante

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