Hay lugares que con solo mencionar su nombre son capaces de evocarnos las esencias más puras del deporte. Espacios abiertos o cerrados donde miles de almas vivieron un sueño, ganaron o perdieron, gritaron, sufrieron y a veces, incluso lloraron. Y así es como la mítica del deporte traspasa las fronteras de lo mundano para convertirse en una herencia sentimental que va pasando de padres a hijos como si de un preciado tesoro se tratara. El recuerdo del viejo Wembley permanecerá imborrable para millones de aficionados al fútbol, de la misma forma que las ocres pistas de Roland Garros serán el mudo testigo de las batallas épicas que los seguidores de tal o cual tenista puedan revivir y tantos otros estadios, arenas y coliseos donde hallar, por un segundo, el dulce sueño de la inmortalidad.