En alguna ocasión he coincidido con Willy Bistuer de la semejanza existente entre el fútbol americano y el ajedrez. Ambos juegos son tremendamente tácticos y estratégicos, donde no solo cuentan las características individuales de cada posición, sino las habilidades de los entrenadores y coordinadores -en el caso del fútbol-, o del propio jugador de ajedrez. Todo requiere de un estudio de las formaciones de ataque y defensa, de cuales se adaptan mejor a nuestra forma de entender el juego o de nuestras propias características, en su caso, de las aperturas -variantes y subvariantes-, medio juego y finales. Hay que entender las debilidades y fortalezas propias y ajenas. Saber proteger las que nos perjudican y explotar las que nos benefician es una de las claves del éxito; no es ningún descubrimiento, ya lo decía Sun Tzu hace más de 2.000 años. Solemos comentar que quizá la única diferencia real entre el fútbol y el ajedrez resida en la ejecución. En el deporte de las 64 casillas, las piezas siempre obedecen nuestras órdenes, pero en el fútbol americano quizá ese jugador no trace la ruta correcta, falle la cobertura, el quarterback lance un mal pase o el placaje no detenga al contrario. Puede que dentro de unos años pueda escribir mi experiencia al mando de un equipo; hoy os cuento mi historia en el mundo del ajedrez.