
Existen quarterbacks que o bien fracasan estrepitosamente, o por el contrario se convierten en superfiguras. Les basta un par de jugadas, tres big plays por aquí en el momento preciso, un amago por allí, una carrerita de seis yardas que al público le parecen seiscientas y... ya está!, megaestrella de la noche a la mañana!. Otros, en cambio, permanecen en un estado indefinido, apuntando maneras como los primeros instantes de un toro lanzado a la plaza (perdón por el símil) y allí permanecen; pueden pasar semanas enteras, qué digo semanas, temporadas enteras sin que sepamos si ese brazo percutor acabará en el cubo de la basura -en cuyo caso preferimos permanecer a la espera, temerosos de quedar como unos newbies de la NFL-, o despuntará con tal brillantez que nos dejará ciegos -en cuyo otro caso preferimos también permanecer a la espera, temerosos de quedar como los peores newbies de la NFL por creer en un mindundi-. Creo que Matt Schaub es uno de ellos aunque no me atrevería a pronosticar si acabará en el primer o en el segundo grupo, razón por la cual negaré siempre haber escrito los comentarios que siguen a continuación.