martes, 25 de enero de 2011

El carro de la farsa


Una vez ví una Pro Bowl. Una vez. Este tipo de acontecimientos deberían ser borrados de un plumazo del calendario NFL. Su existencia no tiene el más mínimo sentido porque es un acontecimiento al que le han arrancado lo que distingue el fútbol del mus: su alma. Una Pro Bowl es un sucedáneo de partido, una burda imitación, en el que todo es fingido, con el único mérito de situar, en un mismo terreno de juego, a lo mejor de la NFL. Pero todos sabemos que eso tampoco es totalmente cierto; precisamente los jugadores de los dos mejores equipos, permanecen en sus ciudades, velando armas para la Super Bowl de la siguiente semana. Un contraste demasiado crudo como para obviarlo. Y aquellas grandes figuras que ya han sido apeadas de la competición, con frecuencia buscan toda clase de excusas para librarse de jugar en la Pro Bowl. Unos aprovechan para someterse a cirugías menores, de esas para las que es imposible hallar un hueco durante la temporada regular, como es el caso de Tom Brady. Otros sufren oportunos "contratiempos", de escasa o nula gravedad, pero lo bastante definitorios del interés que suscita entre los jugadores profesionales.



Y mientras tanto, ajeno a todo ello, Roger Goodell sigue, en su semana grande, sonriendo viendo como se engrosa la caja recaudadora, aquella en la que, conjuntamente con el Draft, aparece por televisión a nivel nacional y disfruta de sus cinco minutos de gloria. ¿En serio alguien cree/espera que se plantee reformular este engendro?.



Y es que este tipo de partidos -por llamarle de algún modo-, así como los amistosos de pretemporada son, desde el punto de vista del espectador, sencillamente inaguantables. Cuando falta tensión o agresividad, un espectáculo deportivo pierde el 90 por ciento de interés. Bajo este punto de vista, incluso durante el verano podíamos hallar algún sentido a un 49ers versus Vikings, intentando adivinar si Webb o Jackson estaban en condiciones de asumir la dirección del equipo de Minneapolis. O de si los Packers que arrollaron a los Colts, serían un equipo tan demoledor. Algún otro detalle y cantidades ingentes de aburrimiento. La Pro Bowl sigue el mismo esquema, con el agravante de que nada de lo que allí ocurra merece la menor atención. Demasiadas risas en la banda, demasiada relajación en el campo, demasiados pasillos para los corredores, demasiados espacios para los receptores, demasiado tiempo para los quarterbacks. Con decir que la máxima preocupación del evento es que nadie salga lesionado, está dicho todo. Lo consiguen muy a menudo, esa es la verdad, salvo si exceptuamos esa cosa a la que llamamos "respeto por el deporte", a menudo desalojada del estadio en camilla.

Lo siento, no sé si habré dado una impresión equivocada pero, por aclararlo: no me interesa lo más mínimo esta farsa. Bueno, sí. No sería justo acabar este artículo sin citar una sola cosa espectacular de la Pro Bowl: ver a esas moles llamadas Chinooks, 15.000 kilos de peso y una velocidad máxima de 315kms/h, rozar el techo del estadio. In-cre-í-ble!.



Aloha, Honolulu!.

1 comentario:

  1. Pues que poco aguante tienes, yo he visto más de una, aunque me fijaba en los comentarios, la grada,los uniformes las anécdotas y no en las jugadas, pero en fin ,si ,es un rollo, creo que incluso si la jugasen en Europa lo seguiría siendo, pero es una fiesta y si a alguno de nosotros ,fans incondicionales, nos regalasen una entrada ¿la rechazaríamos? creo que no,y menos en Hawaii, eso si, parece un entrenamiento sin golpes ni peleas.

    ResponderEliminar