En el artículo anterior dedicado a las desventuras de los Buffalo Bills de los '90, narraba el dramático final de la primera Super Bowl (Edición XXV de Tampa), que los de rojo y azul perdieron por ese último field goal de 47 yardas que se fue a la derecha de los palos. Ese suceso pasó a los registros de la NFL como "47 Wide Right" a raíz del comentario lanzado por el periodista de ABC, Al Michaels cuando este exclamó: "No good!, Wide right!". Así es la historia, capaz de encumbrar hasta la galaxia o hundir en la más absoluta de las miserias a cualquier jugador, entrenador o directivo.
A los que nos gusta ir un poco más allá de lo que sucede en un terreno de juego, a menudo nos preguntamos cómo puede cambiar la vida de un profesional. La cara más conocida y gratificante ocurre tras un triunfo pero no son pocas las ocasiones en las que la fama, el éxito y el dinero terminan siendo una terrible experiencia de ascenso y caída para cualquier ser humano que no sepa asimilar en su justa medida esas circunstancias. Las menos públicas son aquellas historias de fracasos. Algunas veces esos tipos se sobreponen a la adversidad, otras acaban por sucumbir ante tamaña decepción para no levantarse jamás. Hoy os transcribo la impresionante crónica ("A life after Wide Right"), publicada por Karl Taro Greenfeld en Sports Illustrated el 12 de julio del 2004 y centrada en aquel kicker llamado Scott Norwood, trece años después de aquella infausta noche. Es extensa así que la he fraccionado en dos mitades (hoy y mañana), pero os aseguro que merece la pena.
Es un hombre robusto. Calza zapatos marrones con suela de goma, viste dockers grises y un polo marrón. Circula con su coche a lo largo de una calle estrecha, un Chevy Prism blanco con el parabrisas roto; es un fracaso. Un fracaso abyecto y miserable. Y sin embargo él es, indiscutiblemente, un triunfador, un ganador. Permanece con las gafas de sol y respira el aire húmedo de la primavera, hablando sobre las tasas de interés, metros cuadrados, jardines, trasteros y sótanos de este suburbio aquí, en el norte de Virginia. Casas. Comunidades. Una parcela de Niza en Centreville. En Chantilly. Las tasas hipotecarias están bajas. Ahora es el momento de comprar. Habla con voz tranquila, lenta y grave. Pensativo. Uno tiene que inclinarse hacía él para escucharle. Con cadencia monótona que te predispone a no interrumpirle. Termina de hablar y mira hacia otro lado, hacia unos álamos oscilantes y unas laderas apenas cubiertas de césped. Hacia el mini centro comercial y un poco más allá, la gasolinera donde unos críos rellenan de aire las ruedas de sus bicis. Les miras y sabes que le conocen. Él te da su tarjeta. Esta es una zona de alto nivel, explica, cómoda, quizá un poco cara pero ideal para las familias. Con un fuerte sentido de comunidad. La tarjeta dice: "Scott Norwood, agente inmobiliario"; es de color rojo y azul. Te mira para ver si reconoces su nombre. Vive con ello en una mezcla de lastre y oportunidad. Un vendedor como él recurrirá a cualquier ventaja que pueda conseguir y sabe que sólo se reconocerá como ex-kicker de la NFL si con ello puede ganarse a los maridos, aunque rara vez a sus esposas. A las mujeres hay que recordarles que eses es el tipo que chutó aquel lanzamiento que, ya sabes, perdió la Super Bowl de los Bills; después llega la comprensión y la simpatía. Es una bala en la recámara que podría ayudar a persuadir a una pareja en la compra de una casa, estilo colonial, de dos plantas en el fondo de un callejón.
Pero nunca pide que sientan pena por él. Ha conocido la ira y la decepción. Se ha sentido responsable de ser quien acabara con las aspiraciones de toda una ciudad. Pero no está dispuesto a aceptar la compasión. Somos una nación inestable, rápida en despedir el fracaso y abrazar el éxito. Demuestra que eres un campeón y te amaremos para siempre haciendo la vista gorda a asesinatos, asuntos de drogas y maltrato doméstico. Pero si te quedas corto en tu field goal, jamás te lo podremos perdonar, sin importarnos qué clase de persona eres fuera del terreno de juego. Así que considere lo que es vivir sintiéndote como una respuesta del trivial, el referente de todas las bromas, un sinónimo de pérdida o cagada mayúscula o, tal vez incluso más humillante, el McGuffin en una película de Vicent Gallo (Buffalo'66). Esa es la carga que Scott Norwood ha soportado desde aquella XXV edición de la Super Bowl. ¿Y sabes qué?. No solo ha sobrevivido sino que incluso ha prosperado -y no únicamente como un adorable perdedor-, un Throneberry o Uecher quienes usaron su infortunio como catapulta a un futuro mejor.
La medida de un hombre no debería ser la de sus peores momentos, o el color de su piel o el corte de su traje. Es la forma en la que afrontamos esos instantes la que nos hace ser quienes somos y esa es la mejor medida americana del éxito: al fallar una vez, levantarse y volver a intentarlo. Somos un pueblo de perdedores que se han hecho ganadores, descendientes de aquellos que se establecieron aquí en busca de una segunda oportunidad. El fracaso no es americano, es humano. Lo que sí es americano es superar ese fracaso.
Costó algunos años que Scott Norwood llegara aquí. Andar por esta calle y señalar su casa, contándote que está en la mitad de los cuarenta. Sacar adelante a sus tres hijos, de ojos azules como los suyos y rizos rubios como los de su hermosa mujer, asumir su rol como hombre de la casa. Este hombre, en su viaje, se ha transformado a sí mismo pasando de un taciturno fracaso a un héroe impasible. La clase del pequeño heroísmo, cotidiano, el heroísmo de fallar en algo y continuar perseverando. De perder un field goal a la derecha en el evento más televisado del país y tener que levantarte a la mañana siguiente para continuar con tu vida. Todos hemos conocido momentos de fracaso, suspender un examen, ser despedido, rechazado, caer en desgracia y, sin embargo, raramente esos momentos son en público. ¿Cómo seguir adelante cuando, cada vez que entras en una tienda de licores o a una gasolinera, hay alguien que te apunta con el dedo para recordarte tu peor momento?. Verás, eso es también un tipo particular de heroísmo americano, el sencillo, el silencioso, el que te permite seguir siendo un padre y un marido a pesar de saber a ciencia cierta, que la vida puede ser muy puta.
El camino de Scott Norwood y el éxito redentor de superar ese revés comienza en el Thomas Jefferson de Alexandria, Virginia donde este fornido joven de 5'10" pies y 17 años recién cumplidos, se dirige hacia el vestuario después del entrenamiento. El entrenador Mike Weaver lo detiene y le dice: "Oye hijo, he oído que puedes patear la pelota". Scott es un chico tranquilo, con la rebeldía típica de la adolescencia reforzando su naturaleza taciturna, pero cuando él habla lo hace con esa voz tan sorprendente como si saliera de una estatua: "De acuerdo, señor". "Necesitamos un kicker, hijo", dice el preparador Weaver, "¿Por qué no te unes al equipo esta temporada?". Scott asiente. Ha sido un destacado futbolista de soccer desde que tuvo edad suficiente como para atarse los zapatos y fue elegido en el equipo ideal dos veces en el Thomas Jefferson. Pero tal es la sencillez de su visión del mundo que nunca había pensado en aplicar su habilidad en dar patadas a un balón para otro deporte.
En la cena de esa noche en la casa de los Norwoods en Annandale, su padre, Del, quien más tarde será incorporado al salón de la fama del Virginia High School como entrenador de béisbol, oye como Scott relata su conversación con Weaver. Nativo de Maine y entrenador del Washington-Lee High School de Arlington, Del lanzó en las ligas menores y fue invitado al camp de los Boston Red Sox aunque nunca llegó a las Grandes Ligas. Sin embargo, todo lo que soñó de esas Grandes Ligas lo disfruta ahora jugando y entrenando a sus tres hijos en béisbol y soccer. El hermano mayor de Scott, Steve, es pitcher y outfielder en la Universidad de Virginia y será drafteado por los Milwaukee Brewers. Su hermana menor, Sandra, destaca en hockey, baloncesto y soccer. Del se había sentido un poco decepcionado cuando Scott eligió al soccer por encima del béisbol en la escuela secundaria. Pero la naturaleza del compromiso de Del con sus hijos era tal que habría apoyado a Scott aunque hubiera elegido ballet clásico. Así que cuando Scott le cuenta la posibilidad de patear para el equipo de fútbol, Del sólo le pregunta si eso es lo que quiere hacer.
"Sabes, papá", dice Scott mientras traga un bocado de filete de pollo frito, "creo que sí". Del asiente y le dice a Scott que estará encantado de ayudarle de cualquier manera posible. Ese verano, padre e hijo pasan todas las mañanas en el Thomas Jefferson, lanzando y capturando kickoffs. Ambos empiezan el proceso de perfilar la precisión de los field goals de Scott y la distancia de sus kickoffs. No hablan mucho acerca de sus progresos pero todo hace pensar que las cosas van bien. Scott, debido a sus antencedentes en el soccer, tiene un sentido intuitivo de cómo acercarse a la pelota. Los libros de Del les muestran como Scott debe dar tres pasos atrás y otros dos hacia la izquierda, pero Scott solo toma una referencia de seguridad en un ángulo, se asienta, balancea los brazos, inicia una pequeña carrera a la que sigue el característico sonido con el que una Wilson es golpeada, viajando 45 yardas a través de los palos.
"Me sentía bien", recuerda Scott. "Me sentí cómodo con el balón con bastante rapidez". Se incorpora al equipo de fútbol y el entrenador, por supuesto, está contento de tener a un autentico kicker en lugar de un quarterback reserva que patea porque no puede jugar tanto como él quisiera. Para Scott -tímido y reservado-, la posición le ofrece un lugar asegurado en el universo. Hay una simplicidad en ese rol que cuadra con él: anotar puntos. En incrementos de uno y tres, él se convierte en el líder de anotación del equipo, primero del condado y finalmente de la región. La regularidad de esa cadencia es satisfactoria, tanto como los intereses que se acumulan en una cuenta bancaria y, con el tiempo, consigue el field goal ganador en un partido contra el archirival Annandale High, así que los ojeadores de la universidad que han acudido al partido para observar a otros jugadores, empiezan a redactar notas sobre ese kicker.
Cada off-season, Scott vuelve a casa, a Annandale. Después de cada año en la James Madison University donde se gana una beca de fútbol. Y luego, tras graduarse con un título de administración de empresas en 1982, Del y él inundan la NFL con cintas de vídeo suyas consiguiendo firmar con los Atlanta Falcons, pero acaba siendo cortado. Tras una liga de formación llamada USFL, se gana un trabajo con los Birmingham Stallions y patea 25 field goals en el 83. Después se rompe parte del cartílago de su rodilla, en la segunda temporada con los Stallions y éstos deciden soltarlo. Tras varios éxitos y fracasos, vuelve a trabajar con su padre en el mismo viejo campo del high school. Ellos nunca hablan de lo que se siente al ser cortado por un equipo NFL. O cómo se siente uno al volante, regresando desde Atlanta, de vuelta al condado de Fairfax con destino a casa de tus padres. O lo que es ser un hombre que hace varios años que dejó la universidad, aún entrenando field goals con su padre. Ellos nunca hablaron de cómo la vida no es justa, ni cómo -no importa lo que pase-, siguen apareciendo en el campo. Del, de vez en cuando, expresa su descontento con los Falcons por cortar a su hijo, o con la NFL o la USFL por no reconocer quien es un buen kicker y dejarlo pasar. Del y Scott corren por el campo para recuperar la media docena de pelotas, ponerlas en el saco y arrastrarlo de nuevo, campo arriba, cinco yardas más y volver a empezar. Y cuando la rodilla de Scott se cura, ellos no hablan sobre lo emocionados que están cuando los Bills le invitan a su camp. Él es uno de los 10 kickers que van a ser probados. Eso no importa, le dice Del. Tú sigue haciéndote ver.
El tiempo en Buffalo enloquece a los otros kickers, pero Norwood se adapta a él. Viento, frío, lluvia o las espartanas instalaciones de entrenamiento. Sin embargo, Norwood ha pasado por cosas peores. Ha sido cortado, lesionado y pasado por alto. Y comparado con eso, patear bajo la lluvia o cuando el áspero viento del norte sopla, es casi una diversión agradable. Se siente cómodo con los elementos y sabe cómo controlar la pelota frente a un tiempo inclemente gracias a su experiencia como jugador de soccer, evitando que el viento le obligue a improvisar. Los otros kickers son cortados, uno a uno y finalmente Scott aparece en el vestuario, una mañana y resulta ser el último kicker que queda.
Antes de menospreciar a un kicker o menospreciarlo como deportista, pregúntese: ¿está usted entre los mejores 28 del mundo en algo?. Scott Norwood pertenece a ese exclusivo club. En 1988, su cuarta temporada con los Bills, se convierte en Pro Bowl. En 1989 es el máximo anotador de todos los tiempos en la historia de los Bills, arrebatándole el récord a O.J. Simpson. "Me sentía como si encajara en ese equipo", recuerda Norwood. "Esa es una de las cosas especiales del deporte, la camaradería". Sus compañeros lo tratan no como un kicker sino como un compañero más de fútbol. "Todo el mundo mira a los kickers como si fueran, hasta cierto punto, unos maricas", dice el mariscal de campo Jim Kelly. "Pero Scott era uno de nosotros. Tenía la misma expresión en su cara que la de un linebacker. Me encantaba ese tipo".
Los Bills están ganando partidos, el título de división y los juegos de playoff. El coach Marv Levy y el general manager Bill Polian han reunido a un notable grupo de jugadores de fútbol, empezando por Kelly, Thurman Thomas, Andre Reed, Bruce Smith o Cornelius Bennett y acabando por Norwood. Conoce a Kim Burch, una vendedora en J.C. Penney de Buffalo. Ella le vende ropa de cama, es rubia y esbelta. Se casan tres años después. Y aun así, Scott sigue volviendo a su casa cada final de temporada, aunque ahora está conduciendo un Ford Bronco negro que recibe de un comerciante de Virginia a cambio de unos cuantos anuncios y presentaciones públicas. ¿Sabes lo bien que sienta a uno conseguir algo simplemente porque tú eres tú?. ¿Ser un jugador de fútbol profesional, un Pro Bowl y ganar cifras de seis números?. ¿Estar en un equipo ganador?. ¿Casarte con una mujer hermosa?.
Por supuesto que no. Muy pocos de nosotros lo hacemos. Pero puede sentirte así: está en mitad de la corriente de la vida, no tratando de luchar hasta vencerla o que en la sumisión, doblarla y forjarla hasta darle forma, sino que desea sucarla a lo largo y ancho de ella esperando ver las agradables sorpresas que le esperan a la vuelta de la esquina. Y aún así, Scott sigue saliendo de casa con su padre para patear. Algunos viandantes que pasean por Annandale Avenue pasan por el lugar donde un kicker patea un balón y un hombre mayor lo captura y exclaman: "¿viste a ese tío?, es el kicker de los Buffalo Bills". Scoutt jamás podría imaginar que llegaría el momento en el que disfrutaría del reconocimiento público, el mismo reconocimiento que le permitiría tener automóviles gratis podría ser también el que le hiciera difícil incluso salir de su propia casa.
Una vida después de 'Wide Right
Trece años después de perder una Super Bowl fallando un field goal ganador,
el exjugador de los Bills observa su peor momento como un paso en la dirección correcta
Por Karl Taro Greenfeld
Por Karl Taro Greenfeld
Pero nunca pide que sientan pena por él. Ha conocido la ira y la decepción. Se ha sentido responsable de ser quien acabara con las aspiraciones de toda una ciudad. Pero no está dispuesto a aceptar la compasión. Somos una nación inestable, rápida en despedir el fracaso y abrazar el éxito. Demuestra que eres un campeón y te amaremos para siempre haciendo la vista gorda a asesinatos, asuntos de drogas y maltrato doméstico. Pero si te quedas corto en tu field goal, jamás te lo podremos perdonar, sin importarnos qué clase de persona eres fuera del terreno de juego. Así que considere lo que es vivir sintiéndote como una respuesta del trivial, el referente de todas las bromas, un sinónimo de pérdida o cagada mayúscula o, tal vez incluso más humillante, el McGuffin en una película de Vicent Gallo (Buffalo'66). Esa es la carga que Scott Norwood ha soportado desde aquella XXV edición de la Super Bowl. ¿Y sabes qué?. No solo ha sobrevivido sino que incluso ha prosperado -y no únicamente como un adorable perdedor-, un Throneberry o Uecher quienes usaron su infortunio como catapulta a un futuro mejor.
La medida de un hombre no debería ser la de sus peores momentos, o el color de su piel o el corte de su traje. Es la forma en la que afrontamos esos instantes la que nos hace ser quienes somos y esa es la mejor medida americana del éxito: al fallar una vez, levantarse y volver a intentarlo. Somos un pueblo de perdedores que se han hecho ganadores, descendientes de aquellos que se establecieron aquí en busca de una segunda oportunidad. El fracaso no es americano, es humano. Lo que sí es americano es superar ese fracaso.
Costó algunos años que Scott Norwood llegara aquí. Andar por esta calle y señalar su casa, contándote que está en la mitad de los cuarenta. Sacar adelante a sus tres hijos, de ojos azules como los suyos y rizos rubios como los de su hermosa mujer, asumir su rol como hombre de la casa. Este hombre, en su viaje, se ha transformado a sí mismo pasando de un taciturno fracaso a un héroe impasible. La clase del pequeño heroísmo, cotidiano, el heroísmo de fallar en algo y continuar perseverando. De perder un field goal a la derecha en el evento más televisado del país y tener que levantarte a la mañana siguiente para continuar con tu vida. Todos hemos conocido momentos de fracaso, suspender un examen, ser despedido, rechazado, caer en desgracia y, sin embargo, raramente esos momentos son en público. ¿Cómo seguir adelante cuando, cada vez que entras en una tienda de licores o a una gasolinera, hay alguien que te apunta con el dedo para recordarte tu peor momento?. Verás, eso es también un tipo particular de heroísmo americano, el sencillo, el silencioso, el que te permite seguir siendo un padre y un marido a pesar de saber a ciencia cierta, que la vida puede ser muy puta.
El camino de Scott Norwood y el éxito redentor de superar ese revés comienza en el Thomas Jefferson de Alexandria, Virginia donde este fornido joven de 5'10" pies y 17 años recién cumplidos, se dirige hacia el vestuario después del entrenamiento. El entrenador Mike Weaver lo detiene y le dice: "Oye hijo, he oído que puedes patear la pelota". Scott es un chico tranquilo, con la rebeldía típica de la adolescencia reforzando su naturaleza taciturna, pero cuando él habla lo hace con esa voz tan sorprendente como si saliera de una estatua: "De acuerdo, señor". "Necesitamos un kicker, hijo", dice el preparador Weaver, "¿Por qué no te unes al equipo esta temporada?". Scott asiente. Ha sido un destacado futbolista de soccer desde que tuvo edad suficiente como para atarse los zapatos y fue elegido en el equipo ideal dos veces en el Thomas Jefferson. Pero tal es la sencillez de su visión del mundo que nunca había pensado en aplicar su habilidad en dar patadas a un balón para otro deporte.
En la cena de esa noche en la casa de los Norwoods en Annandale, su padre, Del, quien más tarde será incorporado al salón de la fama del Virginia High School como entrenador de béisbol, oye como Scott relata su conversación con Weaver. Nativo de Maine y entrenador del Washington-Lee High School de Arlington, Del lanzó en las ligas menores y fue invitado al camp de los Boston Red Sox aunque nunca llegó a las Grandes Ligas. Sin embargo, todo lo que soñó de esas Grandes Ligas lo disfruta ahora jugando y entrenando a sus tres hijos en béisbol y soccer. El hermano mayor de Scott, Steve, es pitcher y outfielder en la Universidad de Virginia y será drafteado por los Milwaukee Brewers. Su hermana menor, Sandra, destaca en hockey, baloncesto y soccer. Del se había sentido un poco decepcionado cuando Scott eligió al soccer por encima del béisbol en la escuela secundaria. Pero la naturaleza del compromiso de Del con sus hijos era tal que habría apoyado a Scott aunque hubiera elegido ballet clásico. Así que cuando Scott le cuenta la posibilidad de patear para el equipo de fútbol, Del sólo le pregunta si eso es lo que quiere hacer.
"Sabes, papá", dice Scott mientras traga un bocado de filete de pollo frito, "creo que sí". Del asiente y le dice a Scott que estará encantado de ayudarle de cualquier manera posible. Ese verano, padre e hijo pasan todas las mañanas en el Thomas Jefferson, lanzando y capturando kickoffs. Ambos empiezan el proceso de perfilar la precisión de los field goals de Scott y la distancia de sus kickoffs. No hablan mucho acerca de sus progresos pero todo hace pensar que las cosas van bien. Scott, debido a sus antencedentes en el soccer, tiene un sentido intuitivo de cómo acercarse a la pelota. Los libros de Del les muestran como Scott debe dar tres pasos atrás y otros dos hacia la izquierda, pero Scott solo toma una referencia de seguridad en un ángulo, se asienta, balancea los brazos, inicia una pequeña carrera a la que sigue el característico sonido con el que una Wilson es golpeada, viajando 45 yardas a través de los palos.
"Me sentía bien", recuerda Scott. "Me sentí cómodo con el balón con bastante rapidez". Se incorpora al equipo de fútbol y el entrenador, por supuesto, está contento de tener a un autentico kicker en lugar de un quarterback reserva que patea porque no puede jugar tanto como él quisiera. Para Scott -tímido y reservado-, la posición le ofrece un lugar asegurado en el universo. Hay una simplicidad en ese rol que cuadra con él: anotar puntos. En incrementos de uno y tres, él se convierte en el líder de anotación del equipo, primero del condado y finalmente de la región. La regularidad de esa cadencia es satisfactoria, tanto como los intereses que se acumulan en una cuenta bancaria y, con el tiempo, consigue el field goal ganador en un partido contra el archirival Annandale High, así que los ojeadores de la universidad que han acudido al partido para observar a otros jugadores, empiezan a redactar notas sobre ese kicker.
Cada off-season, Scott vuelve a casa, a Annandale. Después de cada año en la James Madison University donde se gana una beca de fútbol. Y luego, tras graduarse con un título de administración de empresas en 1982, Del y él inundan la NFL con cintas de vídeo suyas consiguiendo firmar con los Atlanta Falcons, pero acaba siendo cortado. Tras una liga de formación llamada USFL, se gana un trabajo con los Birmingham Stallions y patea 25 field goals en el 83. Después se rompe parte del cartílago de su rodilla, en la segunda temporada con los Stallions y éstos deciden soltarlo. Tras varios éxitos y fracasos, vuelve a trabajar con su padre en el mismo viejo campo del high school. Ellos nunca hablan de lo que se siente al ser cortado por un equipo NFL. O cómo se siente uno al volante, regresando desde Atlanta, de vuelta al condado de Fairfax con destino a casa de tus padres. O lo que es ser un hombre que hace varios años que dejó la universidad, aún entrenando field goals con su padre. Ellos nunca hablaron de cómo la vida no es justa, ni cómo -no importa lo que pase-, siguen apareciendo en el campo. Del, de vez en cuando, expresa su descontento con los Falcons por cortar a su hijo, o con la NFL o la USFL por no reconocer quien es un buen kicker y dejarlo pasar. Del y Scott corren por el campo para recuperar la media docena de pelotas, ponerlas en el saco y arrastrarlo de nuevo, campo arriba, cinco yardas más y volver a empezar. Y cuando la rodilla de Scott se cura, ellos no hablan sobre lo emocionados que están cuando los Bills le invitan a su camp. Él es uno de los 10 kickers que van a ser probados. Eso no importa, le dice Del. Tú sigue haciéndote ver.
El tiempo en Buffalo enloquece a los otros kickers, pero Norwood se adapta a él. Viento, frío, lluvia o las espartanas instalaciones de entrenamiento. Sin embargo, Norwood ha pasado por cosas peores. Ha sido cortado, lesionado y pasado por alto. Y comparado con eso, patear bajo la lluvia o cuando el áspero viento del norte sopla, es casi una diversión agradable. Se siente cómodo con los elementos y sabe cómo controlar la pelota frente a un tiempo inclemente gracias a su experiencia como jugador de soccer, evitando que el viento le obligue a improvisar. Los otros kickers son cortados, uno a uno y finalmente Scott aparece en el vestuario, una mañana y resulta ser el último kicker que queda.
Antes de menospreciar a un kicker o menospreciarlo como deportista, pregúntese: ¿está usted entre los mejores 28 del mundo en algo?. Scott Norwood pertenece a ese exclusivo club. En 1988, su cuarta temporada con los Bills, se convierte en Pro Bowl. En 1989 es el máximo anotador de todos los tiempos en la historia de los Bills, arrebatándole el récord a O.J. Simpson. "Me sentía como si encajara en ese equipo", recuerda Norwood. "Esa es una de las cosas especiales del deporte, la camaradería". Sus compañeros lo tratan no como un kicker sino como un compañero más de fútbol. "Todo el mundo mira a los kickers como si fueran, hasta cierto punto, unos maricas", dice el mariscal de campo Jim Kelly. "Pero Scott era uno de nosotros. Tenía la misma expresión en su cara que la de un linebacker. Me encantaba ese tipo".
Los Bills están ganando partidos, el título de división y los juegos de playoff. El coach Marv Levy y el general manager Bill Polian han reunido a un notable grupo de jugadores de fútbol, empezando por Kelly, Thurman Thomas, Andre Reed, Bruce Smith o Cornelius Bennett y acabando por Norwood. Conoce a Kim Burch, una vendedora en J.C. Penney de Buffalo. Ella le vende ropa de cama, es rubia y esbelta. Se casan tres años después. Y aun así, Scott sigue volviendo a su casa cada final de temporada, aunque ahora está conduciendo un Ford Bronco negro que recibe de un comerciante de Virginia a cambio de unos cuantos anuncios y presentaciones públicas. ¿Sabes lo bien que sienta a uno conseguir algo simplemente porque tú eres tú?. ¿Ser un jugador de fútbol profesional, un Pro Bowl y ganar cifras de seis números?. ¿Estar en un equipo ganador?. ¿Casarte con una mujer hermosa?.
Por supuesto que no. Muy pocos de nosotros lo hacemos. Pero puede sentirte así: está en mitad de la corriente de la vida, no tratando de luchar hasta vencerla o que en la sumisión, doblarla y forjarla hasta darle forma, sino que desea sucarla a lo largo y ancho de ella esperando ver las agradables sorpresas que le esperan a la vuelta de la esquina. Y aún así, Scott sigue saliendo de casa con su padre para patear. Algunos viandantes que pasean por Annandale Avenue pasan por el lugar donde un kicker patea un balón y un hombre mayor lo captura y exclaman: "¿viste a ese tío?, es el kicker de los Buffalo Bills". Scoutt jamás podría imaginar que llegaría el momento en el que disfrutaría del reconocimiento público, el mismo reconocimiento que le permitiría tener automóviles gratis podría ser también el que le hiciera difícil incluso salir de su propia casa.
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ResponderEliminarme encanta tu blog!!
ResponderEliminarDolorosísimo momento que sólo marco el inicio de una pesadilla peor. Esperar 24 años para esto ..., y la espera para ver a Buffalo ganar un Super Tazón continúa. Resulto tan injusto para una afición de los Bills tan leal, quedar convertida en el hazmerreir de los aficionados de los Gigantes, Pieles Rojas y de los insufribles Vaqueros. Ese gol de campo podría haber hecho las cosas tan tan distintas..... Es duro ser un Bills fan.
ResponderEliminarGo Bills!!!!!